Mil y Una
Hay una corriente
filosófica denominada Nominalismo. Todo lo que existe se puede
nombrar, de lo contrario no existe. Nuestra mente maneja los
conceptos y los objetos mediante sus nombres; no imaginamos una mesa,
sino que pensamos en el nombre mesa, y así la utilizamos según
el discurso que proceda en cada momento. Siendo una corriente de
pensamiento de altísimo contenido racionalista, la línea
conductora nos conecta con los elementos más transcendentales
e incluso vulgarmente denominados mágicos en el imaginario
popular. Las palabras de poder, los lenguajes ocultos, el verbo
creador… ideas que resuenan en nuestro interior y hacen
temblar nuestros límites, sobre todo los racionales.
Siendo muy útil
el nominalismo para analizar, describir y profundizar en ciertos
procesos mentales del conocimiento –área por cierto tan
abandonada hoy en día- me congratula enormemente que no se
haya mantenido como paradigma explicativo. Parece un común
acuerdo que la realidad es mucho más compleja que simplemente
el nombre, aunque en el mundo psíquico su posición es
de una preeminencia necesaria.
Me sorprendió el
paisaje de las Mil y Una Noches que, con torres y cúpulas
iluminadas en la noche presidía sin querer la exposición
de octubre. El diseño de la sala, con mosaico central como
para un baile y columnas que dejan un pasillo exterior que invita a
pasearlo sin prisas, me empujó al centro, y observar con mi
amigo los cuadros que colgaban de las paredes, casi lejanas. Superado
el efecto del punto central, que generalmente, y también en
este caso, provoca una cierta opresión en el cráneo,
nos dimos cuenta de que las pinturas resplandecían y
transmitían sus mensajes de forma bastante clara.
No soy devoto de los
ángeles, por lo que cualquier propuesta que a priori los
incluya me origina prevención. Por eso, procuro mirar los
cuadros de Francisca sin leer sus títulos. Volví a ver
lo que más aprecio de su trabajo, la polaridad en acción
–en cuanto a la forma- y las actitudes descritas por los
colores. Evito el exceso de simetría, pero admiro la lógica
del desenvolvimiento de los hechos, que muchas veces es patente en la
foto que pinta (pues para mí casi todos sus cuadros son
dinámicos). Aunque no estaba en la sala, recordé la
tela del “tiburón” azul que vimos en el Dos de
Mayo.
Dos apuntes finales.
Todo lo que existe es doble y por tanto es un cuatro, cosa que ya se
empieza a notar en su obra. Y segundo, no acabo de comprender la
necesidad de tener un compañero de viaje tan persistente como
la denominación “Dimensionalismo”. Las brillantes
cúpulas de la noche árabe me decían que tal vez
la potencia creadora de Francisca necesita un espacio más
amplio.
Juan Antonio
Aguilera Díaz
Madrid, Diciembre de
2009
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