Su Pinacoteca constituye un auténtico recorrido por la vanguardia histórica

Francesc Subarroca, un espíritu inquieto, en la búsqueda del yo interior

 

 

Francesc Subarroca es un espíritu inquieto, porque su extensa obra pictórica, escultórica, murales, dibujos, vidrios, etc. son una continua expresión de investigadora observación de la realidad. Pero es una realidad distinta, porque se la hace suya, tamizándola por la visión neuronal de su mente despierta, que acierta con claridad, penetrando en los tejidos de la propia idiosincrasia de la voluntad de la existencia. Una voluntad que se percibe en sus paisajes con cabras, o a través de los niños jugando con globos, mediante los trabajadores fieles exponentes de las profesiones que representan. 

Exhibe hombres, seres humanos, pescadores que se elevan a la condición de dioses cuando están con el pescado hambriento de mar, sediento de vida, al filo de lo imposible, cuando, después de exhalar el último galón de oxígeno, su existencia branquial se apaga. Pero el creador catalán capta el pescado en el momento de la lucha, presentándolo con los ojos grandes abiertos, buscando respirar en un medio que no es el suyo, transportado por el pescador que va a la suya, a vender lo que ha capturado. 

La pintura de Subarroca tiene estas cosas, es consecuente con todo lo existente, incluidos los animales, peces, cabras, bestias de labranza, dándoles una importancia ciertamente fundamental. Se trata de abrirles la puerta a la otra dimensión, porque por el mero hecho de existir, poseen ese halo de alma, ese espíritu que los hace distintos unos de otros.

La animalidad no deja de ser una visión subjetiva del ser humano, de los hombres y mujeres que habitamos este planeta y vemos todo desde el punto de vista determinista o no de nuestro cerebro. De ahí que la existencia sea para el pintor de Barcelona, algo más que pura biología. Plasma los árboles, introduciendo gestos en follaje, hojas y tronco. De un expresionismo inicial, etapa marcada por su visión clara de una realidad que exhibe diversas caras de Barcelona, pasa a la alegoría, a la incitación surreal, para adentrarse, más adelante, en la capacidad del cubismo de desestructurar la realidad. 

De su visión ácida, amarga, pero real, calmada y tranquila de la existencia, a una visión más emblemática, sugerente, con escenas de personajes de una clase social alta o acomodada. Sus seres humanos son lo que son, al margen de la propia pertenencia de clase. Porque Francesc Subarroca es un espíritu inquieto, en permanente búsqueda del yo interior. Trata y consigue, halla, la propia evidencia de la esencia. 

Expone una visión general melancólica, sugestiva, sutil, casi imperceptible, pero que está ahí. Pretende, y de hecho consigue, fundamentalmente a través de su pintura, que la evidencia de la vida se plasme con serena afectación, como si todo tuviera que suceder o ya hubiera sucedido. De ahí que sus cabras posean una sensación de trascendencia que traspasa el concepto artístico con que están confeccionadas. Es decir que poseen mayor trascendencia que quienes pretender establecer un lenguaje de signos e iconos, de conceptos y palabras rebuscadas, permitiéndose jugar con la trascendencia. 

Luego miramos y vemos como no es así. Es decir que todo es por si mismo, pero, además, también existe la suerte, la idiosincrasia de la dualidad, en un planeta binario, en una dinámica de equilibrios que nos domina. 

Somos lo que vemos, somos lo que existimos, porque el espíritu interior es quien nos conduce y nos impide hacer monstruosas barbaridades. 

Y la visión clínica de Francesc de la trascendencia contenida en lo cotidiano, en la expresividad de las gentes y paisajes, animales y árboles, es lo que cambia al mundo. Una visión que desarrolla paisajes y gentes, formas y estructuras abstractas, conformando su discurso plástico, a lo grande, pero con austeridad. 

  


Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte 

 


 

 

 

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