Josep Manel Simó Gombáu, el camino
y la senda hacia el infinito del interior
Sus paisajes son caminos que nos conducen hacia el infinito, pero, a la vez,
parecen perderse en el horizonte, y, por lo tanto, están limitados por las
características de la estructura de paisaje.
El paisaje siempre está abierto, porque se transmuta continuamente, pero, a la
vez, tiene unas pautas, que obedecen a unas características determinadas y a una
actitud. Una actitud que en su caso se asienta en el perfecto dominio de todas
las técnicas del grabado, que le permiten conjugar formas, colores, composición
y elementos con naturalidad.
Emplea, según obra una técnica y elementos u otra, desde el uso del buril,
pasando por el carborundum y punta seca, a xilografías, aguatintas, aguafuertes
y otras.
Artista de las Terres de Ponent, vinculado a Lleida, se embriaga del paisaje,
para ir más allá de la anécdota, adentrándose en la facultad de transmitir
cambio y una misteriosa manera de entender la existencia en soledad y alejándose
del bullicio, adentrándose en los vericuetos de la voluntad.
Sus paisajes incorporan caminos, que son como elecciones personajes, alegorías
de concepto, ideas que se enmarcan a través de la pléyade de senderos que el
viajante, el aventurero, el que se busca a si mismo, están continuamente
experimentando.
En ocasiones centra la composición, en otras no, hay ausencia de figura humana,
siempre paisaje, con caminos, sendas, carretera que conduce hacia el horizonte.
Vacío, soledad, timidez del avefría, calma, serenidad antes del rayo, conciencia
de una dinámica que se basa en la transformación de la forma en un entorno
elaborado, aparentemente simple, destacando por su sencillez. Pero, se trata de
una simplicidad estudiada, para captar a aquellos que buscan respuestas a sus
preguntas por más alambicadas que éstas sean.
Josep Manel Simó nos enseña a mirar con los ojos del alma, que se basan en sus
primeros instantes en la materia, en su perfección y densidad, en la facultad de
ir más allá de las curvas de una cierta delicuescencia, pero dentro de un
planteamiento de austeridad, de fenomenología específica de la masa concreta,
que se transforma, conformando una evidencia del cambio.
El cambio es sereno, silencioso, casi imperceptible, pero es cambio. Porque el
cambio se refleja en el movimiento sinuoso del camino, de los múltiples senderos
que pueblan un paisaje que se mira asimismo con sutileza.
Cambio, movimiento, gesto de la curva del camino y el sendero, campos de trigo,
vallas, horizonte, sensación de velocidad, más campo, espacio, zona especial de
lo voluble.
No hay materia estratificada, huye de lo concreto para instalarse en las
posibilidades de las fluctuaciones de la transformación.
Capta instantes donde no hay iconismos excesivos, para, acto seguido, enfocarlos
dentro de perspectivas inusuales, pero convirtiéndolos en producto resultante de
una dinámica envuelta de fusión y determinación. Todo ello produce como
resultado una obra serena, de paisaje, que se manifiesta con la sutilidad de
quien busca el cambio en el exterior, pero, claramente se ha encontrado con la
verdadera imagen de la trasmutación del sentido vital cuando se ha adentrado en
sí mismo, como resultado de un soplo de un ángel.
El camino es interior, no hay paisaje, solo trazos de un ser que se ha vuelto
coherente, que ya no viaja, porque se ha transformado en la esencia del propio
viaje.
Es el viaje, en letras de molde, porque forma parte de la senda del uno, todos
somos e integramos la delicuescencia de milenios y planetas, ya no hay fronteras
ni barreras, solo voluntad de ser.
Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte