Expone en el Casino de Marbella del 3 de marzo al 13 de abril de 2005

 

Francisca Blázquez, el color como instrumento dimensional

 

El color es el instrumento dimensional fundamental en la obra de Francisca Blázquez. A través del color define la forma, acariciándola, en ocasiones, casi como una sugerencia, en otras el color es definidor, significa la fuerza del cambio, la traslación formal, la ruptura con lo establecido, la potenciación de la composición al espacio, allí donde las geometrías juegan con los ángeles, con los espíritus puros, con los paradigmas de la existencia. No hay cortapisas, solo ansias de libertad, de conseguir liberación, de constatar la formulación evidente de la materia, para luego olvidarse de ella. 


         

Velasco, Francisca Blázquez y Joan Lluís Montané

Francisca Blázquez en el interior de la Expo


Fondo negro intenso, conformación de cilindro azul, con matices de blanco, esfera alargada en el centro. Haces de luz que cantan poemas a las formas esenciales, que conducen a la cromaticidad a los tronos del Dios del universo, aquellos que se conforman a través de los hilos dorados, de la senda de cristal que trasparenta el cosmos infinito, presentándolo sin fin, sin límites, sin principio, existe por sí mismo, pero está siempre en formación, transformándose.


Los fondos negros son fundamentales porque dan carácter a su obra pictórica, son los sostenedores de la fuerza del espíritu, dado que, sin potencia ni voluntad, la espiritualidad no se puede construir con determinación. El mundo está creado bajo los auspicios del ying y el yang, y de ahí que, tanto la ausencia de color, el negro, como el blanco símbolo de la luz celestial, de la ausencia de materialismo, acompañen la producción dimensionalista de la artista nacida en la capital de España y enamorada del mar, como símbolo de liberación hacia el cielo acogedor.


Blancos de fondo, luz y espíritu. Negros, ausencia de color, voluntad de contraste, escenografía teatral en la que las formas son los actores del mañana. Hay cambio constante, existe la progresión de lo estructurado, entendiéndolo como parte del proceso, del camino que se debe recorrer con la visión clara. 


El rojo es sangre, fuerza, potencia, sinónimo de vida, pero también es fidelidad, franqueza, direccionalidad en el deseo, convicción y determinación. Convicción asentada en los parámetros de la evolución en la versión más intima de lo establecido. El rojo es quien gobierna el universo, porque es producto de la combustión de la materia. Se trata de una actitud en la que prevalece la energía como fin último, como punta de lanza que desarrolla el cambio en la materia, difuminándola, transformándola, pero sin que la esencia de la energía se constate a simple vista. La materia es la representación formal de un estadio determinado de evolución de la energía. 


Por su parte el azul es sensualidad celestial, espiritualidad, descansando en la necesidad de ir hacia las nubes, para perderse en la densa niebla y ahondar en el huerto de las lluvias y de los vientos. Los colores en la pintura de la creadora multidisciplinar no obedecen a leyes físico-químicas, sino a la intuición y a su capacidad de evocar simbólicamente nuevas alusiones. 
El amarillo es contraste, evidencia, representación de la determinación en la fuerza cromática, en otras palabras: iluminación.


El blanco y el amarillo son dos colores que constituyen el sendero, uno, el amarillo porque es el hilo de oro que nos evita perdernos en el laberinto de Ariadna; mientras que el blanco, es la pureza, la convicción de corazón de que la iluminación existe, de que la verdadera vida empieza con la ascensión. El blanco de la pureza nos traslada a una concepción esencialista en la que no hay término medio, porque no existen los matices en una habitáculo celestial en el que todo es limpieza. Las diferentes graduaciones de pureza, corresponden a otros estadios de la existencia, a seres que están en progresión y que necesitan la dinámica de los grises para auto justificar su ansiedad en aras a ser cada vez más perfectos en el camino del espíritu, devoción, pero con el norte muy claro, con la fuerza de la determinación, empleando los sentimientos y también el alma, que es tan grande como los universos más infinitos. De esta manera alma, belleza, amor y ciencia se unen, a partir de la cromaticidad de la geometría en el espacio. El color como instrumento dimensional, como principal actor del docudrama, de la escenografía profunda de la pléyade de sentimientos que nos invade con lenta determinación, pero con una constancia propia de los milagros actuales. 

           

   

 

 

Joan Lluís Montané


De la Asociación Internacional de Críticos de Arte 

 

 

 

 

 

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